Entrar al trapo






David Fernández buscó su lugar en el mundo, primero entre los vivos, los trabajadores, los que viven lejos de casa de sus padres, los que ganan algo por ellos mismos para comer, los que tienen amigos, pareja, un techo.

Luego buscó su lugar en el mundo como artista, se formó sin maestros, autodidacta, se dedicó con disciplina, sacrificio, rozando la demencia, a aprender, a cuidar su físico, a bailar, a tocar el violonchelo, a saber programar con MAX/MSP, se movió para descubrir lo que le gustaba del teatro, lo que se hacía en éste tiempo, y lo que no le gustaba, lo que quería emular, lo que quería copiar, a que puertas llamar, que modos de relacionarse, de promocionarse, de distribuirse, de que te programen, en que salas actuar, ...

Luego hizo unos cuantos espectáculos, donde probó diversas modos de contar, más de éste estilo, más de ésto otro, conoció a otras gentes, hizo más amigos y más enemigos.

Anoche vimos su último espectáculo: El corazón, la boca, los hechos y la vida. El último, pero que en realidad parece el primero. Un espectáculo bueno, tan redondo, inspirado, copiado y tan original como el de un buen principiante con talento.

El primero, pues, por que los demás no cuentan ya. Tras su periplo, David ha aprendido a estar en escena, se ha hecho profesional, ha encontrado su lugar en el mundo.

David, nos permite escuchar a su padre (un tipo extraordinario, feliz, recientemente padre ya en las puertas de vejez). Le oímos, adentrándonos en su privacidad, como le trata con una mezcla de cariño y sorna, perdonándole tantos y tantos desplantes que debe producir a un progenitor, el haber tenido un hijo problemático, introspectivo, dispuesto siempre (por amor) a cambiar las cosas malas e injustas del mundo, tronando y despotricando sin mesura. Hoy, el padre ve que el hijo ya ha dejado de ser un incordio y se ha convertido en un cómico, más bien en un avatar dirigido por lo demás gracias a un simple mando de la WII. Un triste payaso capaz de transmitirnos su natural patetismo, y de mostrarnos nuestra propias miserias llegándonos, incluso con humor, al corazón

David Fernández ha madurado. El padre debe de estar muy satisfecho de su hijo.
D.

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