CARTA AL ALCALDE

Juan Úbeda y Elisa Gálvez

Juan Úbeda y Elisa Gálvez, responsables de la sala de teatro (cerrada) El Canto de la Cabra

Los políticos culturales ignoran la realidad artística de esta ciudad
Cerrar un teatro es algo muy difícil. Haber dedicado 18 años a este proyecto y cerrarlo es algo muy difícil. Es increíble que un teatro tan pequeño en una ciudad tan grande haya activado la escena de la manera que lo ha hecho. Es lamentable que un proyecto como éste, cuyo fin era mantener un espacio, un lugar donde la escena contemporánea y la experiencia artística pudieran manifestarse, no haya tenido el apoyo suficiente para crecer. Pero lo más inverosímil y lo más lamentable es que durante todos estos años, un teatro sin dinero para programar con un total de 170 metros para todo y un aforo para 60 espectadores, haya sido casi exclusivamente el único espacio para las artes escénicas no convencionales en Madrid.

Se ha hablado de nuestro cansancio, de nuestro agotamiento. No es que lo vayamos a desmentir, pero ciertamente no es motivo suficiente, ni mucho menos. Sabemos bien lo que significan estas palabras y no es cansancio ni agotamiento lo que nos ha llevado a tomar esta decisión. Era importante para nosotros anticiparnos a la tragedia. Cerrar el teatro antes de su derrumbe, cerrar el teatro antes de que aquello no tuviera razón de ser.

En nuestra última obra estrenada Trece años sin aceitunas nos estábamos despidiendo de El Canto de la Cabra como Sala de Teatro. Luego hicimos un epílogo donde hablábamos de las alucinaciones. Después sólo nos quedaba ser consecuentes. Tal vez todo sea eso, otra de nuestras alucinaciones, quién sabe.

Hace unos años escribíamos en el propio programa de la sala que no teníamos muy claro si nos daban por muertos o nos daban por culo. Ambas cosas, nos dieron. Y cuando decimos esto no estamos hablando únicamente de nosotros, hablamos de muchos otros, de varias generaciones de artistas ignorados por una manera de entender el teatro.

Este cierre tiene algo de desesperación, algo de renovación y mucho de que señores de la Administración, gestores culturales, consejeros, programadores... hagan su trabajo. Es imposible llevar a cabo políticas culturales en una ciudad dando la espalda a la evolución artística que se está desarrollando en ella. La programación en nuestra sala ha sido excelente, a casi ninguno de ustedes les ha interesado nada.

Ahora la sala ya no importa, no existe, lo importante no es el cierre, hemos hecho en este espacio todo lo que podíamos hacer, lo importante es justamente eso, lo hecho, lo que hemos podido hacer y lo que podría ser posible seguir haciendo si los medios con los que cuenta la Administración se dedicaran a ello en lugar de tanta cabalgata nocturna, tantas inauguraciones, tantos canapés y tanto usar la creación contemporánea únicamente como eslogan para "sus" grandes centros.

El problema está en que las cosas se llevan haciendo de manera absurda y equivocada demasiado tiempo y todos, políticos, periodistas y artistas nos hemos creído que son así. Los políticos culturales llevan tanto tiempo sentados en sus despachos ignorando la realidad artística de la ciudad y ejerciendo de productores privados, que se les ha olvidado cuál es su cometido y para qué están ahí. Como cuentan, además, con el respaldo y el silencio del resto de las empresas, instituciones y grandes medios de comunicación, en lugar de ejercer su labor pública de apoyo a las artes, creen que deben funcionar como grandes empresas productoras del ocio con sus campañas publicitarias, sus carísimas producciones, sus centros exclusivos y excluyentes, sus pactos secretos y, como todo gran emporio, con su obra social. Porque las dichosas subvenciones no son más que una especie de obra social de mínimos presupuestos. Y en cuanto a los artistas, llevamos tanto tiempo en esta nebulosa que nos la podemos acabar creyendo. Podemos acabar creyendo que las ayudas son ayudas y que los teatros no son nuestros. Y podemos acabar pensando que no servimos para nada y que la cultura de la ciudad no está en nuestras manos sino en manos de una gente ajena y lejana. Y finalmente podemos acabar en sus despachos, pendientes de sus movimientos con el único deseo de que su ocurrencia no nos perjudique en exceso.

Con la desaparición de este espacio desaparece para muchos un lugar compartido durante años, noches memorables, noches de calor, imágenes nunca grabadas y mucho contacto humano. A todos ellos, como a usted, les queremos decir que estamos jodidos con este cierre, y con esta ciudad que odiamos y amamos mucho. Seguiremos mostrando nuestro trabajo en otros espacios; nos gustaría trabajar en Madrid, desarrollar nuestra obra en Madrid, pero si la cosa no cambia tendremos que continuar buscando otros lugares, tendremos que abandonar la ciudad y seguiremos preguntando: ¿por qué?

Tenemos conversaciones en las que nos preguntamos cómo nos encontramos en nuestro estado actual, carentes de sala, abandonados al azar, pero de momento sólo nos lo preguntamos. Si no pasa nada más que las cuatro notas de prensa y los inevitables rumores y chismes de bar tendremos motivos para saber que el cierre era inevitable y si pasa, bueno, si pasa algo, lo que sea, un movimiento, algo que se detiene, alguien que recapacita, una brecha que se abre, además de inevitable habrá servido para algo.