Trío para instrumentos desafinados



* Foto facebook Pablo Messiez


Ana se acaba de mudar a un apartamento destartalado y no dice palabra, Flor es su vecina de arriba y no para de hablar, el portero del edificio se expresa desmañadamente. Tres formas de formular el desamparo, tres instrumentos desafinadamente humanos que acomodan las notas de sus respectivos desconsuelos en una partitura en la que terminan encontrando su sitio los afectos, o algo similar. Pablo Messiez solo proporciona a cada personaje los compases justos para delimitar un perfil escueto, no es necesario saber nada más de ellos para acompañarles en sus evoluciones por el pequeño laberinto de soledad insondable en que se mueven.
Messiez, autor y director, trabaja con recursos levísimos y hondos, traslada sutilmente al espectador por el mapa de las emociones utilizando materiales palpitantes de verdad, historías mínimas que, casi sin advertirlo, dejan un estremecimiento indeleble en el ánimo. Un muy grato descubrimiento este montaje ascético e intenso que, manteniendo una vibración de personalidad propia, tiene esa atmósfera de revelación y cotidianidad que distingue los trabajos de Daniel Veronese y Claudio Tolcachir, compatriotas y próximos al autor. Un espectáculo vestido ajustadamente por la iluminación de Paloma Parra y servido por tres actores que gradúan a la perfección la temperatura emocional de sus personajes. Marianela Pensado otorga a su misteriosa Ana una rabia sorda e inquietante en su mutismo rocoso, la Flor de Fernanda Orazi es capaz de encadenar vertiginosos monólogos autorreferenciales que enmascaran de humor su patetismo y Óscar Velado da a su portero calidad de náufrago amarrado a un delgado hilo del pasado mientras camina por el presente con inercia sonámbula.


D.