Urtain

Urtain salta al ring y de nuevo le llueven hostias. La primera, paradójicamente, es la definitiva. Se la da sólo, cayendo hasta estamparse en el suelo, desde lo más alto del teatro. Urtain, el ídolo roto, se ha suicidado a cuatro días de la inauguración de la fiesta del deporte de la España democrática, los juegos olímpicos de Barcelona.

Urtain está sonado, pero no al final de su carrera de boxeador, como sería lógico, sino desde el principio, desde la correa de su padre y los genes del franquismo.

Urtain es un bruto, un burro atronado y débil, del que todos se rien, al que todos cargan y todos muelen a palos.
Más hostias para Urtain que se las traga todas, pero sobre todo las hostias de la vida: la ingratitud, la mentira y la codicia.

Anoche vimos una obra de teatro que empieza como película no rodada, y que al final deviene, buen teatro. En esta escena, ring, nos cabe la parodía, la bufa y el absurdo. La risa se agradece pues se está haciendo tragedia de una tragedia.

El problema es que tras salir del teatro me sigo quedando, inversimilmente, con la película no rodada de Javier Cavestany. Me gustaría que la rodasen, de hecho me gustaría rodarla yo. O creo que ya la rodó Manolo Summers: Urtain, el rey de la selva. Les cuelgo un fragmento para que vean y comprendan como aún hoy no se ha llegado a contar como era aquella época y sobre todo como era su gente, tan pobre, tan bruta y tan lejana.


D.

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