PARA RECORTAR
Hay una fotografía de Lucio Fontana en su estudio –en realidad hay muchas fotografías de Fontana trabajando– que me gusta especialmente. Se ve un lienzo blanco, enorme, montado sobre un caballete al fondo del atelier y en primer plano aparece un brazo de Fontana, solamente un brazo en camisa blanca con el puño un poco arremangado y en la mano, bien apretada, va la cuchilla abierta. Fontana está a punto de entrar a matar a esa tela inofensiva –aunque en la foto la tela parece que respira agitada–. En realidad va abrirla y darle vida. Está a un tris de rajar el cuadro y abrir otra dimensión espacial en la tela y también en el arte de pintar cuadros. Por pincel, lleva un puñal.
El cúter en la mano de Fontana es un objeto delicado que no oculta sin embargo todo su potencial dramático: está hecho para rajar, herir, desangrar, crear. No hay que hacer un esfuerzo para llegar incluso a oír en esa foto el traqueteo de la hoja deslizándose hacia fuera, si atendemos a la posición de la mano del artista. Hay una actitud a la hora de hacer obras de teatro que se asemeja a esa fotografía. Al menos yo lo veo así esta tarde, que me siento a redactar un encargo: contar algo de mi trayectoria como creador de piezas escénicas.
Hay obras de teatro que se hacen con pinceles y paletas de colores pastel y en las antípodas están las que se hacen con objetos punzantes. Y hay, sobre todo, trayectorias de artistas que han elegido una u otra herramienta o alguna de las tantas que habitan en el centro de esta dicotomía que planteo: de un lado el teatro para divertir, sorprender, agradar –lo llamo el teatro callado–, enfrentado al teatro que, crispado ante el estado de las cosas, responde. Me da lo mismo que llaméis político a ese teatro. Para mí se trata de poéticas, porque cada creador ha encontrado su manera particular de expresar su malestar y su esperanza, y ha puesto manos a la obra para edificar sobre el barrizal y en la tormenta. Supongo que esto último es lo más parecido al teatro original, que se ocupaba de los asuntos que inquietaban a los ciudadanos de la Grecia antigua, calaba en las almas y enaltecía la poesía.
Es significativo que sea precisamente esta concepción del teatro la que España menosprecia, oculta y ningunea. Mujeres y hombres como yo, con una trayectoria parecida y similar visión del trabajo –social– del artista, hay a montones en nuestro país y lo sorprendente es que detrás, terca, llega la nueva generación insistiendo en lo mismo, tal vez por no haberse percatado de nuestro fracaso.
La gente de mi generación maduramos el fracaso desde finales de los años ochenta hasta ahora, porque hemos conseguido un público fiel, exigente, ansioso por ver “qué diremos en la siguiente pieza”, impacientes por debatir y al mismo tiempo no supimos hacer entender a los gestores culturales que nuestras caligrafías eran necesarias.
A la par, el fracaso de los teatros nacionales en España fue escandaloso: difícil encontrar en ningún rincón de Europa programaciones tan conservadoras y deficientes. Parece que los gestores culturales se han ocupado de proteger a los ciudadanos de un teatro diferente sólo porque era diferente. Si usted quiere ver una tela rajada a cuchilla, vaya a verla a un espacio alternativo, te dicen en España. Si en cambio usted quiere ver un cuadro figurativo generalmente mal pintado, tiene toda una red de teatros públicos y centros culturales que dependen de cargos políticos que compran para sus pintores de corte todos los pomos color pastel hasta agotar existencias.
Metiéndome donde no me llaman y sin el permiso de nadie, me hago portavoz durante los diez o quince minutos que dure la lectura de esta página, de tantos creadores teatrales amigos, conocidos o simplemente admirados desde mi posición de espectador, por mi calidad de excepción. Tuve, por azar, la posibilidad de mostrar las mismas obras ninguneadas por las instituciones y los grandes teatros en España, en los festivales más prestigiosos del mundo. Es de risa: cuando mi compañía representa a España en el Festival de Aviñón, por ejemplo, resulta que la producción es del Teatro Nacional de Bretaña o del Auditorio Nacional de Roma, y la ensayamos a tres mil kilómetros de nuestras casas. ¿Por qué digo esto? Porque los años pasan y la historia se repite. Hoy un artista joven que empieza, empieza igual de jodido que yo y mis compañeros hace una veintena de años.
Nunca es tarde para arrancar las raíces podridas de nuestra política teatral y plantar algo acorde con el tiempo que vivimos y la tierra que tenemos, que es fértil aunque esté descuidada y pisoteada. Generalmente, los que cortan el bacalao metidos en despachos o salas de reunión, tienen una o dos secretarias que cada mañana despiezan con tijeras todos los periódicos del día, nacionales y regionales. Ellas recortan los artículos relacionados con su parcelita de poder y los sirven para que el que corta el bacalao eche una ojeada a los asuntos que le atañen y los manche de café. Digamos sin más rodeos que el objetivo de esta página es ser recortada por una secretaria y acabar en un despacho con un lamparón de grasa de cruasán.
Suponiendo que esta hoja mutilada, separada brutalmente del cuerpo de la revista, está encima de la mesa y que su destinatario –el que corta el bacalao– ya ha llegado a este párrafo que vosotros leéis ahora, aprovecho para decir, antes que nada: amigo, para de cortar el bacalao, que no sabes. No te fíes de tus asistentes, que no saben. No te fíes de tus consejeros, que tampoco saben. No designes a dedo a nadie, que eso ya no se estila y que tú, insisto, de esto no sabes. Promueve foros. Compra más cruasanes, invita a café. Paga el Ministerio de Cultura. No es tirar el dinero. Forma consejos de pensadores y cuídate de incluir a tantos que tendrás que salir a comprar más sillas. Compra bastoncillos, hurga en tus orejas. Dale a cada uno la misma importancia. Que los de seguridad dejen entrar a todos, a pesar de presentarse mal vestidos y sin afeitar. También quiero que sepas que la cultura no son cifras exclusivamente, que la progresión de las ideas es insospechada y caprichosa. Busca soluciones en el debate plural, que tú no sabes de qué va este asunto. Sólo estás ahí para reunir ideas. Dale un sentido a tu salario. Eres importante. Tu silencio es muy importante. Que sepas escuchar es muy importante. Que tomes decisiones con conocimiento de la situación es muy importante. Como en la foto de Fontana, la tela está ahí esperando. El tiempo apremia.
Rodrigo García, EL CULTURAL (EL MUNDO) 13/11/08. Foto: Agnès Mateus a “Aproximación a la idea de desconfianza”.
en 11:15
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