El teatro es una de las industrias más pujantes de la Comunidad de Madrid. Es con la de servicios, es decir bares y restaurantes y comercios textiles, los únicos negocios que a día de hoy se abren, a pesar de los abusivos precios inmobiliarios que, no nos engañemos, son los verdaderos culpables de la crisis.
Pero, tras la noticia de ayer del cierre de una sala alternativa (con subvención sobre la programación), hoy nos enteramos de dos hechos alucinantes y muy sintomáticos de como están las cosas en el mundo del teatro madrileño.
La Comunidad de Madrid (Esperanza Aguirre, PP) adjudica la dirección del Teatro del Canal (titularidad pública, sustituye al Teatro Albéniz -en régimen de alquiler y que va a ser derribado cuando se rescinda el contrato con la Comunidad de Madrid-) a Albert Boadella, además de convertir a Els Joglars (compañía que sobrepasa con creces la media de calidad de cualquiera de acá) en la compañía residente de nuevo espacio cultural. Polémica elección, no por el origen territorial del director (no piensen tal cosa, no sean necios), sino por que se trata del enésimo caso de elección de un cargo público de la Cultura, por su amplísima trayectoria y sus grandes cualidades artísticas. Es decir, a dedo.
El Teatro Lara (privado) quiere subastar sus butacas centenarias con el fin de sacar pasta para su reforma. Una pena, pues todo su conjunto denominado La Bombonera, es una joyita arquitectónica de altísimo valor histórico.
¿Mala fe? ¿Mala gestión? ¿Desidia?
D.
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