Los ophelianos siguen publicando críticas de los espectáculos que tuvimos en el festival de otoño 2007. Ésta su interpretación de la pieza de Carlota Sagna:
¡Sí, sí, por qué no, en efecto!Baile de salón: una proyección de un salón de una casa se extiende por el suelo del teatro y hace que los bailarines parezca que bailan dentro. Lo que no saben los franceses es que en nuestros minipisos de 30 metros cuadrados difícilmente es posible ni que podamos imaginarlo. Más allá de eso, al principio, la proyección no parece tener otro sentido. Al menos al principio.
Cuando las coreografías desestructuradas y el lenguaje deconstruido se han convertido en el lenguaje actual al que se han acostumbrado los espectadores de danza, sorprende ver a unos bailarines, con música a veces clásica, a veces moderna, cuyos movimientos se coordinan con ella, no trabajan contra ella, pero mientras tanto un sentido de ligereza, más que despojar la composición de virtuosismo, llega al punto de rebajarla a la simpleza. Por otro lado, el uso de la palabra por parte de los bailarines no está al nivel que uno espera, aunque se agradece el esfuerzo de hacer algunas partes en castellano; la diferencia la marca el argentino Hugo Guffanti, no por el idioma —no es el único argentino— sino por actor. La otra diferencia, la de la edad, desafortunadamente no está aprovechada como sería deseable: apenas un par de pasos de danza ya embaucan al público, pero daría para una investigación mucho más profunda del trabajo con un cuerpo de vejez. «Los jóvenes están proyectados hacia delante, se ríen del pasado», dice el guardián, su personaje, «Yo creo que me han llamado porque son unos pícaros, ellos saben bien que en definitiva no hay nada que pueda reemplazar la experiencia». Con tan buenas materias primas, ¿por qué no las exprimen?
En efecto, porque nada está llevado al máximo de sus posibilidades. A lo dicho podemos añadir alguna interesante propuesta performántica que sin embargo no llevan a la acción, o una dramaturgia que se queda en el papel y apenas se entiende en escena. ¿Y la proyección? Salimos de ese salón en un continuo viaje, casi astral, a través de puertas y ventanas de toda una ciudad. De nuevo, sólo un momento así ya salva la infecunda imagen fija de fondo durante toda la obra, pero estos pequeños repuntes, incluso este final, son insuficientes para salir del teatro pensando que se ha visto algo inolvidable.Sergio Herrero - 02-11-200.
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