El bailarín y su doble virtual



CRÍTICA: DANZA
El bailarín y su doble virtual
ROGER SALAS - Madrid - 10/05/2010

Los experimentos formales en formato de cámara como nutrientes del desarrollo de la danza actual merecen toda nuestra atención. Unos van más lejos que otros; unos aciertan y otros navegan infructuosamente en su propio intento de síntesis; es lo previsible, pues no todos los días se descubre la utilidad de combinar el molibdeno con el vanadio.

El ciclo Gracias x Favor ofrece una plataforma discreta pero llena de interés alrededor de las zonas menos complacientes y más áridas del trabajo en progresión. El ciclo debe permanecer como foro dinámico y dar seguimiento a los hallazgos, debe explorar aún si cabe, al propio espacio teatral como recurso no convencional y que su aserto como escaparate de lo emergente junto a las nuevas tecnologías tenga total justificación (y rigor) en lo que exhibe.

La vulgaridad, si se quiere adscrito al teatro del gesto, se expresa en una nota previa que tiene un tono (acaso irónico) de cacao mental o trola inspirada apoyándose en las apreciaciones de Peter Sloterdijk sobre el quinismo. Viene a cuento aquello de que la belleza no sería apreciable -o cognoscible- sin una noción definida de su opuesto. Sloterdijk habla de "anestética como oponente", una estética de la ruptura que se sitúa en confrontación (o enfrente) de lo armónico, lo bello establecido. La pieza que vimos en Pradillo es una secuencia de poses continuadas que juega al cuadro viviente ("tableau vivant", que decían los vanguardistas) con escorzos barrocos, luz rasante a lo Caravaggio y un acento trágico y clasicista de la expresión corporal. Después hay catarsis y destrucción obligada de lo conseguido. La asociación posdadaísta de los textos trufados de Shakespeare es un buen chiste irónico y demuestra que abusar del power-point (o Wikipedia) es un peligro para la salud del tirio y del troyano.

La propuesta de Paola Tognazzi carece de estructura y fundamento y si lo que intentaba era desorientar, lo consigue. Apenas se percibe un guión justificatorio, una hilatura a las secciones que incluyen preguntas al público y participación colectiva. De nuevo se obliga al espectador a leer implacablemente a velocidades obtusas. Una mujer se adiciona al brazo un sensor y se mueve sin concierto plástico alguno. ¿Qué ha sucedido? El efecto es nulo.

El trabajo más sólido y donde se ve un producto en vías de cristalización es el Shift, de la norteamericana Lisa Parra en estrecha colaboración (casi coautoría) con la española Ana Crouselles. Partiendo de una intencionada delimitación de nichos planimétricos en el suelo, un mosaico de fotos evoca el pixelado o la génesis secuencial de lo que vemos, su prehistoria instintiva: un dúo muy trabajado en espejo y con acentos líricos muy delimitados por la acción coordinada de las dos artistas (que dominan solventemente el movimiento), a veces funcionando en obligada simetría y otras en ensemble coréutico. La proyección de unas imágenes alternas que se interrumpen a sí mismas con interferencias propias de fallo mecánico dan, paradójicamente, una parte inquietantemente humana al recorrido físico y danzado, brindan una atmósfera de búsqueda interior a la vez que espacial. Se explica que esas proyecciones son el resultado de un escaneado 3D que juega el rol de la memoria inmediata, el flashback como relámpago abisal y fronterizo entre la realidad material y su efecto representado. La concentración de Parra y Cruseilles contribuye a redondear la obra, a darle entidad plástica y coreográfica, a sentir del espectador, estar frente a una pieza real y justificada.